jueves, 28 de febrero de 2013

Dos

Me han besado dos veces. Dos. Pero la primera fue tan forzada que me quitó las ganas de buscar más.
La segunda vino por sentirme segura en los brazos de alguien a quien conocía de tiempo ha... Y a quien no quería de ese modo, por mucho que por entonces quisiera creerlo así.
Pero es esa primera vez, esa que recuerdo con más rudeza, la que me sobresalta en este momento y me acongoja hasta el punto de sentir las lágrimas anegando mis ojos.
9 años, no tendría más.
9 años y me vi acorralada contra una pared por un tío que me superaba en altura, fuerza y edad.
Tan enterrado lo quise dejar que el recuerdo es vago, casi como un mal sueño, llegando a pensar incluso si alguna vez fue real... Pero aún así lo recuerdo.
Intenté darle un rodillazo cuando me sentí atrapada. Rodillazo que por la diferencia de altura, finalmente hubo de convertirse en pisotón. Pisotón que me permitió zafarme de las manos que me aprisionaban y, aún no sé cómo, conseguí escapar de un tío cuya cara sigue bien escondida en algún rincón de mi mente. Un tio al que recuerdo con temor.
Tuve que seguir viéndole lo que quedaba de estancia en aquella granja-escuela de verano, e intentó más de una vez volver a acercarse a mi. Pero ya me encargué yo de poner especial cuidado en no volver a quedarme sola.
Calculo que fue por entonces cuando construí la coraza que aún hoy día me es casi imposible dejar a un lado... Y digo casi porque es escribiendo la única forma de hacerla desaparecer.
Aquello marcó el resto de mis días hasta el punto de que solo uno más volvió a besarme. No soy capaz de bajar la guardia. Necesito sentir que controlo la situación, sentirme segura, o de lo contrario me siento perdida, indefensa... Y prefiero mantenerme al márgen antes que arriesgarme.
Supongo que todo esto lo achaco a aquél momento en que me obligaron a un beso.
Ahora, en momentos como éste, me viene a la mente aquél encuentro forzado... Y me doy cuenta de algo que entonces, con tan solo 9 años, ni se me pasó por la cabeza...
De no haber sido por el pisotón... Todo podría haber acabado de una forma muy distinta...
Porque aquél tío que me mantenía contra la pared del baño, no tenía intención alguna de parar.

martes, 19 de febrero de 2013

Etiquetas y sustituciones

No sé si os lo he dicho alguna vez, pero supongo que ya os habréis dado cuenta más que de sobra: En este blog se mezclan la fantasía y la realidad. Mi realidad.
Yo os ayudo a diferenciar una de otra con las etiquetas con que marco cada entrada. Lo hago para que no mezcléis equivocadamente la ficción con lo que me rodea... Aún cuando ambas, al igual que en este blog, están presentes en mi vida a cada momento.

Abrí esta venta a modo de diario anónimo... Diario en el que, como no podía ser de otra manera, empezaron a asomarse "Historias contadas", a las que mi imaginación daba alas o que, más bien al contrario, daban alas a mi imaginación.

Hace ya poco más de 2 años (¡vaya con el número 2!) que os escribo desde el otro lado de la pantalla... Y durante ese tiempo, como es natural, han pasado muchas cosas; algunas de las cuales han terminado minando el anonimato del que había disfrutado en un primer momento; lo que provoca que me haya vuelto más precavida en lo referente a lo que aquí plasmo... O, al menos, que sea más reticente a publicar según qué cosas.

¿Y a qué viene esta entrada? Pues bien, quiero aprovechar mi entrada número 100 (sí, 100, ¡ya!) para explicaros un poco el significado que le doy a las distintas etiquetas que adornan cada publicación:

Si queréis leer lo que esta cabeza loca es capaz de imaginarse, solo tenéis que iros a "Historias contadas". Todo lo que allí encontréis es pura ficción... Aunque no os voy a  negar que alguna que otra historia está teñida inevitablemente con pequeñas pinceladas de realidad.

También anda perdida alguna que otra receta que, desde mi posición de completa ignorante en el arte de la cocina, he tenido el descaro de publicar, creyéndome por un segundo que realmente tengo alguna idea de lo que me traigo entre manos... Si probáis alguna, es bajo vuestra responsabilidad.

Bromas aparte; si lo que queréis es conocer mi mundo, "Alrededor" o "Esto es lo que me mueve", es lo que buscáis.

Y si lo que os atrae (aunque no llegue a entender por qué) es llegar a entenderme, son "Divagaciones" y "Así siento" las que os darán una pista.

Ya sé que hay más. A veces pienso que debería reducirlas... Pero cada una tiene su por qué. Y a mi me gusta darle un sentido a las cosas.

Dejaré que os imaginéis el significado del resto... Porque cuando no se deja nada a la imaginación, todo se vuelve aburrido...



Solo una cosa más: Tenéis la puerta abierta... Pero ya que os invito, os pido un mínimo de entendimiento. Puede que no estéis de acuerdo con lo que encontréis aquí, puede no gustaros... Pero la puerta está abierta tanto para entrar como para salir.

Un saludo desde el otro lado de la pantalla.







P.D.: Por vergüenza (o cobardía, aún intento dilucidar por cuál de las dos decantarme), esta entrada la escribo en sustitución a otra que aún espera en "borradores", sin saber si llegará algún día a ver la luz. Supongo que, por el momento, el peso de descubrirse es mayor que el del secreto ;)

domingo, 3 de febrero de 2013

Aquella noche

Aquella noche empezó como lo que parecía una noche cualquiera.
Después de la ducha, me deslicé dentro de aquella camisa que ya habías elogiado alguna vez, y me calcé mis botas sobre unos vaqueros que, por qué no decirlo, me sentaban como un guante.
Delante del espejo me dispuse a disfrazar mi cara con eso que llaman maquillaje, y ya peinada y lista, salí a la calle sin olvidar coger una chaqueta que me resguardara del frío.

Me viste llegar. Sé que me viste. Pero hiciste gala de esa indiferencia que tanto me saca de quicio y me diste dos besos en las mejillas que más pareciera que los dieras al viento.
Durante el resto de la noche no me hiciste mucho caso, pero benditos tacones que me hicieron trastabillar.
Fueron tus brazos los que me libraron de la caída, y tu pecho el que me arropó mientras tu voz me preguntaba si estaba bien.
En el momento en que respondí con un sí mirándote a los ojos, algo hizo "clic" y me encontré entre unas manos que se negaban a soltarme.
Cuando, a regañadientes, me alejé de ti, giraste la cabeza y murmuraste algo, desapareciendo entre la muchedumbre que nos rodeaba.

No tardaste en volver. Y cuando lo hiciste, tu mirada era tan fría y calmada que pareciera que minutos antes no hubiera ocurrido absolutamente nada. Yo, sin embargo, no podía apartar aquel momento de mi cabeza. Suerte que el maquillaje impedía que se notara el rubor de de mis mejillas... Por primera vez, le encontraba una utilidad.

En un momento de la noche, no sé si por el alcohol o por lo furiosa que me sentía ante tu máscara de indiferencia, decidí dirigirme a ti y te aparté del grupo con una excusa barata sin la esperada resistencia por tu parte.

Empezaste a caminar por delante de mi, y yo seguí cada uno de tus pasos hasta que perdimos de vista al resto y fue entonces cuando, por fin, quitándote la máscara que te había acompañado durante la noche, me atrajiste hacia ti y, sin mediar palabra, me besaste. Suave al principio, pero cobrando intensidad a cada segundo.
Todo el tiempo que habíamos desperdiciado jugando al ratón y al gato se hizo patente y parecía que quisiéramos recuperarlo en una noche.

Cuando, costándonos un mundo, nos volvimos a separar, regresamos junto al grupo, que parecía no haber reparado en nuestra ausencia.

Ya de recogida, y lejos de querer dar por terminada la noche, me invitaste a ir contigo, esta vez sin excusas baratas.

Mis manos quemaban entre las tuyas. Y cuando llegamos a la puerta, se me hicieron eternos los cinco pisos en ascensor.
No parecía haber nadie en el apartamento. Tus compañeros aún no habrían vuelto. Tanto mejor.
Dejaste mi chaqueta en una percha y te ofreciste a servirme algo. Pero la propuesta quedó en el aire en el momento en que nos miramos a los ojos. Volvieron a saltar chispas, como con aquella mirada tras mi torpeza.

Y ya no había maquillaje ni máscara que valiera. Ya no había ojos curiosos ni miradas ajenas. Ahora éramos tú y yo. Solos. Sin nada que nos separara. Y aquello sabía a gloria sin haberte probado aún.

Te acercaste lento. Muy lento. Demasiado lento. Como si tantearas el terreno. Pero con la seguridad de saberme tuya.
Yo esperaba, impaciente, a que dieras el primer paso, porque el segundo, el tercero, y todos los que se sucedieran, no dependerían solo de ti.

Cuando por fin te acercaste sentí tu calor aún cuando no me tocabas. Alargaste los brazos para cogerme las manos, y en el momento en que nos tocamos y alcé la vista para mirarte de nuevo a los ojos, no hizo falta más.
Me atrajiste hacia ti sin pararte a medir tu fuerza, y acabé otra vez en tus brazos, donde me sostuviste sin dejarme caer.
Por fin tu labios se fundieron con los mios, y entre tus brazos, me dejé llevar por aquél sentimiento que se abría paso dentro de mí.

Tus besos eran cada vez más intensos y empezaba a fallarme la respiración.

Levantándome, me meciste en tus brazos por unos segundos mientras recorrías la distancia que nos separaba de tu habitación, y una vez dentro, cerraste la puerta tras de ti, quedando los dos frente a la cama que esperaba, aún hecha, a que nuestros cuerpos la calentaran.

Me dejaste en el suelo y volviste a besarme. Y esta vez dejé escapar un pequeño gemido que recibiste con una sonrisa.

Entonces, la camisa que con tanto cuidado había escogido horas antes, se convirtió en un estorbo y empezaste a deshacerte de ella mientras yo hacía lo propio con los botones que abrochaban la tuya.

Debajo estaba ese sujetador negro que me habías visto comprar semanas ha, cuando en el aire solo flotaba la palabra "amigos" y te sonreíste al verlo, dejándome a mí con la intriga de "en qué estarías pensando".

Pero no tuve tiempo de averiguarlo, pues tu boca volvió sobre la mía, robándome el aliento y consiguiendo que escapara de mi un nuevo gemido mientras tus manos recorrían mi cuerpo, haciéndome cada vez un poco más tuya. Y entonces, descubriste mi punto débil.

En el momento en que posaste tus labios sobre mi cuello, aquella llama que ya había empezado a arder, se prendió como carbón en la hoguera. Y esta vez tu gemido acompañó al mío cuando eché la mano a la cremallera de mis botas, rozando tu torso desnudo por el camino. Tardé poco en deshacerme de ellas. Y menos aún en quitarme los vaqueros para dejar al descubierto el tanga que hacía juego con el sujetador.

No te hiciste de rogar, y tus pantalones cayeron al suelo entre besos, para ir a parar tus manos al broche de esa prenda que te había sacado una sonrisa.

Terminaste de desnudarme y te desnudaste tú. Y ahora, cuerpo contra cuerpo, piel contra piel, sin nada que nos separara, nos fundimos en uno mientras disfrutábamos de aquella noche que parecía haber empezado como otra cualquiera.

Y me hiciste tuya. Cubriendo de besos cada centímetro de mi piel.